Hace unas semanas me invitaron para hablar de mi experiencia como mamá de una niña sorda. La sordera, esa gran desconocida.

El auditorio estaba formado por niños de 5 años y sus respectivas educadoras. ¡Qué gran responsabilidad pensé al verlos! Nunca había dado una charla a personitas tan pequeñas.

Mi conversación con los niños comenzó con la proyección de un vídeo en el que mostré a Aitana, mi hija sorda, hablando a la cámara sobre cómo había sido su fin de semana. Tengo algunos vídeos de Aitana en mi canal de YouTube.

A los niños les dije: Tengo dos hijas, una es sorda y la otra no. ¿Quién de ellas creéis que es la niña del vídeo?

Todos dijeron: “La que no es sorda”

Por supuesto, solo tengo una hija y es sorda, pero tuve que decir esta pequeña mentira para introducir la sordera en sus cabecitas como una característica en personas totalmente normales.

Después de esta pequeña introducción empecé a contarles cómo fue el proceso de aprendizaje de Aitana. Les expliqué que Aitana no empezó a escuchar hasta que tenía casi años, que empezó a hablar con 3 años, etc.

Me llevé una caja con materiales que usábamos para trabajar en casa: juegos, fichas, libros de experiencias, …

Los niños prestaban atención y solo reparaban en detalles del tipo: mi abuela está sorda y lleva aparatos, mi abuelo también. Pero ninguno de ellos me dijo que conocía a ningún niño sordo, por lo que deduje que en ese colegio no había ningún hipoacúsico.

Lo que más me sorprendió fue la batería de preguntas que me hicieron. Y si os soy sincera, alguna me removió bastante. A continuación, os doy un pequeño listado para que alucinéis.

  • ¿Aitana come como nosotros?
  • ¿Aitana nació como nosotros?
  • ¿Dónde está ahora? Porque siendo sorda no va al colegio ¿no?
  • ¿Cómo te dice Aitana que tiene hambre?
  • ¿Qué comen los sordos?
  • ¿Aitana puede andar y correr?

Y así una larga lista.

¿Qué me hace ver esto? Pues que no se habla de sordera ni de los sordos. Y que estos pequeños pensaban que Aitana era una niña totalmente diferente a ellos, un “tipo de monstruito” totalmente dependiente de sus papás.

Sirva esta pequeña experiencia para que, por favor, hablemos a nuestros hijos de las diferentes diversidades funcionales. Normalicemos las diferentes características.

Si mi hija hubiera estado conmigo en esa charla se hubiera sentido fatal, al igual que me sentí yo al ver que seguimos igual que hace muchos años. Tenemos que avanzar por el bien de nuestro colectivo sordo, por el de sus familias y de la sociedad en general.

Hablemos sin tapujos. La sordera no es mala, es simplemente sordera.

Los colegios que tienen a niños con diversidades funcionales poseen la gran suerte de poder educar a sus alumnos en la diversidad e integración diariamente.

Ojalá algún día, haya al menos, un niño sordo por colegio. Y por supuesto, lo hago extensible a todas las diversidades funcionales.

Agradeceré que compartáis este post para que llegue a muchos padres en vuestros perfiles sociales. Los grupos de WhatsApp de los coles son también vías de comunicación estupendas para hacer llegar este mensaje.

Que la sordera deje de ser la gran desconocida depende de nosotros.

Gracias de corazón.