Esta preciosa historia nos cuenta de forma muy peculiar el autismo, la lucha que le toca en la vida a esta niña, que nos enamora, y su atracción hacia el mar. Ella es una «lenta mental», o al menos, así se considera Karen a consecuencia de su autismo.
Karen es una fierecilla abandonada que ni siquiera sabe hablar, cuando su tía Isabelle se hace cargo de la industria atunera que acaba de heredar, y descubre con sorpresa su existencia. Gracias al tesón y al cariño de Isabelle, la niña empieza a hablar y va a la escuela, pero se le diagnostica una suerte de autismo funcional. Ello no le impedirá llegar a la universidad o tener ideas brillantes para el negocio familiar, aunque sus comportamientos y puntos de vista chocarán siempre con las ideas establecidas y serán causa de situaciones embarazosas o cómicas.
El relato de Karen, más lúcida que muchos de los que la rodean, reivindica la intuición, los sentidos frente a la razón y el derecho a ser diferente, aunque su particular sensibilidad no siempre sea comprendida por los otros.
La novela está contada en primera persona por Karen, quien pese a sus progresos, sigue teniendo la mente de una niña de primaria. Karen, para quitarse el estrés se pone un traje de buzo y con él se cuelga del arnés en su habitación, para relajarse.
«La mujer que buceó dentro del corazón del mundo» pide respeto y agradecimiento hacia los animales que nos sirven de alimento y de compañeros ideales para garantizar la sostenibilidad del planeta.
He devorado este libro en 3 días. Desde las primeras palabras, me cautivó, y aprovechaba cualquier momento para seguir navegando en sus páginas. Ágil, sencillo y ameno, invita a una profunda reflexión sobre las personas con capacidades distintas a las personas “estándar”.
Una mujer que vive en un continuo desacuerdo con Descartes y con su famosa frase “Pienso luego existo”, porque ella defiende que para pensar debes existir y nos da sus motivos.
Mi visión personal de esta novela hace que reafirme mi convicción de que siempre hay un talento oculto en las personas y que no sabemos, en la mayoría de los casos, detectar. Hay personas, como Karen, que en el 90% de los casos tienen unas capacidades de niños de primero de infantil, pero que en el otro 10%, están por encima de la media mundial. Lo malo, es que nadie se fija en ese 10% y, por lo tanto, se desaprovecha. Vivimos constantemente desperdiciando algo que tan necesario es para desarrollarnos al 100%.
¿Qué sería de la humanidad si todos y cada uno de nosotros supiéramos cuál ese 10% que nos hace “superiores a la mayoría”, y lo potenciaremos y trabajáramos de una manera correcta? Pues creo que, sencillamente, no ansiaríamos encontrar el camino a nuestra felicidad porque nuestra vida sería felicidad en sí misma y viviríamos en una sociedad tolerante, inclusiva y respetuosa con las cosas y con las personas.
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