Cuántas veces nos hemos sentido tan pisados que cuando decidimos que ya no vamos a permitir que jueguen más con nosotros, experimentamos el efecto contrario y nos convertimos en aquello que detestamos. Cuando un día nos levantamos con la fuerza suficiente, la rabia nos vence. Asumimos el papel de depredador porque estamos hartos de ser la víctima.
Ocupamos el papel de tirano, somos el verdugo, el acusica, el que critica, el que tira la piedra y esconde la mano. Pensamos que si mostramos poder y desfachatez nadie nos tocará. Creemos que si no mostramos miedo, no seremos presa. Cierto, somos puro instinto, aunque debemos recordar que hay muchas maneras de sentirse bien con uno mismo sin tener que demostrar nuestra “falsa fuerza” a cada momento. No nos hace falta marcar territorio, hincar diente ni pisar como antes nos hemos sentido pisados.
Si antes éramos el cordero y ahora el lobo, algo falla. Nuestro cambio no calma el dolor, lo reubica. Nos da una ligera sensación de alivio, pero es pasajero. Fastidiar a otros nos nos hace grandes, nos empequeñece. El verdadero cambio no es ponerse la piel del lobo y atacar primero para que no te ataquen. Lo realmente difícil es ser el cordero más listo, el más feliz. El cordero que mantiene la calma y no deja que otros le involucren en sus batallas sin sentido, ni en sus guerras absurdas por decidir quién es el más fuerte.
Madurar no es transformarse en un ser insensible para no sufrir. Es aprender a sobrellevar lo que sentimos, mantener el rumbo y los ideales a pesar de lo que digan. Es darle a todo su justa medida e importancia, tener claro que somos lo que somos y lo que valemos como seres humanos.
Tomar las riendas de tu vida y luchar lo necesario para cambiar lo que te duele y vivir intensamente, aunque a veces el cielo se caiga a pedazos y te falte el aire.
A menudo estamos tan cansados, tan asqueados de recibir golpes y palabras lacerantes, que devolvemos la munición multiplicada por mil. El cuerpo lo pide, cierto. Es tan fácil responder. Incluso en ocasiones, ante personas que no son responsables de nada de lo que nos sucede. Necesitamos títeres a los que culpar.
Despertamos de nuestra era de frustración y decidimos que no volverá a pasar. Y como tenemos la autoestima poco acostumbrada a grandes retos, pillamos lo que tenemos más a mano para subir el ánimo, el ego.
Extracto de un post de Mercè Roura
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