Muchos padres de niños sordos, como es mi caso, tenemos que decidir en un momento de nuestra vida, si le damos a nuestro hijo la opción de poder escuchar o esperar a que él o ella sea mayor y decida por sí mismo. Esta decisión yo la tuve que tomar cuando Aitana tenía 15 ó 16 meses, todavía era mi bebé.

Creo que muchas de las personas que siguen mi blog entenderán perfectamente de qué estoy hablando.

¿Parece fácil a simple vista verdad? Si puedes elegir que tu hijo sordo escuche ¿cómo vas a privarlo de hacerlo? Pues algo que parece tan sencillo, en muchas ocasiones, se convierte en un infierno.

Para Javier, mi marido y yo, ha sido una de las decisiones más importantes que hemos tomado en la vida, junto con la de adentrarnos en el maravilloso mundo de la paternidad.

Cuando no tienes antecedentes de sordera en la familia, cuando desconoces totalmente cómo vive una persona con pérdida auditiva, cuando asocias la sordera a la mudez (por tanto sueles llamar a los sordos sordomudo) y un largo etc. te sientes perdido, abatido, desesperanzado y muy culpable.

¿Qué he hecho yo mal durante el embarazo para que mi hija Aitana haya nacido sorda?

En el momento en el que los médicos nos dieron el diagnóstico, entramos en estado de shock. Lo único que querías era despertar de esa pesadilla. Yo quería poder echar el tiempo atrás y cambiar las cosas.

En ese estado, como muchos comprenderéis, cuando te dan la opción de que tu hijo pueda escuchar y llevar una vida oralista te agarras a ello como clavo ardiendo.

Conoces que existe en tu país la LSE (Lengua de Signos Española), pero a su vez sabes que no es una lengua extendida.

Respeto total y profundamente las decisiones de otras personas y familias, es más, me hacen reflexionar, aprender y conocer otras formas de vida. Pero, lo que nosotros decidimos, hace ahora más de 6 años, es lo que muchísimas familias han decidido para sus hijos y me gustaría compartir con todos vosotros la experiencia de Ivana, lectora de mi blog que me dejó un comentario en el post Papá, ella es sorda y lo será toda la vida y con la me siento totalmente identificada.

“Soy la mamá de un niño sordo. Decidimos implantarlo cuando solo tenía un año y medio. Respeto profundamente cualquier opción que elija un sordo adulto y por tanto respetaré que mi hijo cuando sea mayor, decida no escuchar, pero cuando supimos que era sordo, era solo un bebé y esa decisión debíamos tomarla nosotros por él. Como padres, queremos lo mejor para nuestro hijo y la decisión de no implantarlo suponía privarle de escuchar y de poderse comunicar en lenguaje oral con el resto del mundo. Ahora tiene seis años, escucha perfectamente y habla, está totalmente integrado en todos los ámbitos, escolar, familiar, social, etc.
No creo que por haberle implantado seamos unos padres ignorantes, sino todo lo contrario. Le estamos brindando la posibilidad de que sea él, el que decida si quiere escuchar o no. Si un día decide que no quiere escuchar y que no quiere comunicarse en lengua oral, solo tendrá que quitarse sus implantes. Sin embargo si no le hubiésemos implantado, nunca podría tomar esa decisión, le habríamos privado de su derecho a elegir, ya que su única opción sería no escuchar.
¿Es un “negocio” usar gafas cuando no puedes ver bien? ¿Es un “negocio” usar silla de ruedas para no tener que estar postrado en una cama? No creo que se trate de un tema de “negocios”, sino de que gracias a los avances, podamos conseguir una mayor calidad de vida y la máxima integración de las personas con discapacidad”

Hoy sé, que fue una buena decisión. Hoy no quiero echar el tiempo atrás para que las cosas sean de otra manera.

Gracias por haber leído mi post.

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Sinopsis:
A veces la vida te cambia en un segundo. De repente, todo se desmorona. Aparece el miedo, la negación, la desesperación, la rabia. A Loles Sancho le ocurrió cuando le dieron el diagnóstico de su hija Aitana: hipoacusia profunda. Fue en ese segundo cuando la vida le cambió… pero a mejor. Porque decidió superar el miedo, la negación, la desesperación y la rabia. Y lo consiguió. SOS Mi hija es Sorda es una historia de superación, de lucha, de lágrimas y de felicidad. Loles Sancho tuvo que aprender a vivir de una manera diferente. La discapacidad de su hija le hizo superar su obsesión por el trabajo y la perfección. El running le dio la fuerza que necesitaba para emprender la lucha por el bienestar de su hija. Y su marido y gran apoyo, Javier, le dio la paz necesaria para  entender que hundirse no era una salida. El libro de Loles Sancho no es una historia de discapacidad, es una historia de fuerza, de lucha, de sinceridad, de amor incondicional y emociones desbordadas. Es la historia de una mujer que hizo frente a la adversidad mirándola de frente.