Maratón solidaria con AVAPACE Corre. Las piernas destrozadas pero el corazón lleno de amor.

Como muchos de vosotros sabéis, el domingo pasado corrí mi segunda maratón en Castellón.

Este año, mi objetivo, realmente, era bajar de las 3 horas y media, pero por motivos personales tuve que renunciar a él y plantearla de una manera diferente.

Soy de esas personas que piensa que en la vida las cosas no suceden porque sí. Y en esta ocasión me he dado cuenta de que mi maratón de este año debía ser solidaria, dejar las metas atrás y compartir una mañana con aquellos que más lo necesitan.

Hace 4 años y medio la vida me dio un revés. En ese momento creía que estaba en un pozo sin fondo. No veía luz, no había esperanza, todo era angustia y dolor.

Poco a poco me di cuenta de que la sacudida que me dio la vida era una segunda oportunidad. Una segunda oportunidad para poder vivir de una manera totalmente diferente a la que estaba viviendo. empecé, entonces, a vivir mirando hacia afuera y con una mayor calidad humana.

Cuando decidí hacer mi maratón con Avapace, quedaban escasamente dos semanas para que se disputara. Me faltaban muchas horas de entrenamiento, muchos kilómetros en las piernas, pero no ilusión y motivación, así que ayer decidí ponerme en la línea de salida con esas grandes personas.

maraton castellon avapace

Fue una maratón diferente, muy diferente, en todos los aspectos. Sufrí, claro que sufrí y no poco. A partir del km 35 no podía dejar de llorar del dolor de piernas que llevaba y de la emoción de saber que estaba allí con AVAPACE Corre y con Aitor, que lo llevamos en volandas kilómetro tras kilómetro.

Acompañar a este tipo de personas era para mí un privilegio y ver cómo la gente quiere a Avapace en sus calles corriendo es muy emocionante. Creo que fuimos el grupo más aplaudido en toda la maratón. Me di cuenta de que no importa que el coche escoba vaya a escasos metros de ti, lo importante es el motivo por el que estás allí y si es un motivo solidario, eso te hace aún más grande.

Me encantó poder compartir los 42 km con estas personas y con Aitor. Y empujar su carro que, por cierto, es durísimo. Correr y empujar el carro a la vez es durísimo, no os lo podéis ni imaginar. Los kilómetros que fui empujando el carro de Aitor iba destrozada, pero yo no quería decirle nada el grupo porque yo quería estar ahí participando como una más. Ellos me veían y me decían “que fuerte estás”, pero no se podían ni imaginar el grandísimo esfuerzo y el dolor de brazos y piernas que suponía para mí empujar el carro de Aitor.

A partir del kilómetro 36 o 37 todo el grupo estábamos fundidos, pero ahí estaba mi amigo y entrenador Jesús Martín para relevarnos con el carro y para darnos ánimo uno a uno. Jesús desprende generosidad a capazos, también tiene un gran corazón.

El domingo ansiaba ver el cartel del kilómetro 40 como nunca hubiera imaginado. No podía más, no dejaba de llorar y de mirar al cielo. Recuerdo que iba diciendo “me duelen mucho las piernas, que acabe esto ya por favor”, “llevo casi 4 horas corriendo, no puedo más, no siento las piernas”. De cintura para abajo mi cuerpo era un bloqueo total. Recuerdo decirle a Jesús, “Míster, no sé por qué sigo corriendo. Mi cabeza no le está dando órdenes a las piernas porque no las siente”.

AVAPACE en el corazón, la fuerza en nuestras piernas.

Sé que en esos momentos le hice padecer un poco a Jesús. Ahora que lo recuerdo soy consciente de ello, pero él ahí estaba a mi lado como siempre que lo necesito.

Cuando nos adentramos ya en la recta final de la prueba, había cientos de personas aplaudiendo y gritando emocionados al vernos pasar. Fue un momento mágico. Del kilómetro 42 a meta no sé lo que me llevó: fuerza, coraje, emoción, la gente, Aitor…porque yo no era consciente en ningún momento.

Recuerdo, unos metros antes de llegar a la recta del parque de Ribalta, mirar al cielo y pedir a mi gente que tengo allí, fuerzas para poder recorrer los últimos 200 metros. Y allí estaba con mis compañeros, formando una cadena humana, todos con un mismo objetivo, todos destrozados, emocionados pero contentos de cruzar esa meta tan deseada.

Hoy estoy mejor, tengo las piernas un poco doloridas y mi corazón lleno de amor. Tengo ganas de salir a correr, pero sé que debo recuperarme bien.

Ya tengo otros objetivos en mente, objetivos solidarios, quiero seguir creciendo como persona y estar al lado del que más lo necesita.

Porque las familias que tenemos hijos con discapacidad necesitamos sentir que no estamos solos. Ya que recibimos pocas ayudas, necesitamos sentir el calor humano, así que allí estaré para apoyar y empatizar.

Desde aquí hago un llamamiento a las personas que soléis ir a carreras populares a que probéis, aunque sea una vez, hacer running solidario. Porque aparte de hacerte grande como corredor te hace grande como persona, que eso es lo más importante.